Este cuento va después del último cuento porque nunca debió existir. Porque si las muñecas fueron mujeres que debieron existir pero nunca lo hicieron, éste cuenta la historia de una muñeca que si existió y era real, aunque no de verdad. Era mentira, ella era la mentira.
Es un cuento que no sabe lo que pretende y que se cuenta cuando otros aún no se han acabado. Es un cuento triste, un cuento diferente. Demasiado real para ser un cuento. Por eso no debió contarse. Sin embargo se escapa, se propaga y adula con sus palabras. Un cuento que aún no sabe qué va a decir.
Una melodía se le entremezcla dentro del pecho con los sentimientos, está pensando. Fluye dentro y fuera de ella indiscriminadamente crepitando y flotando, dominándola e incrementando la importancia de sus pensamientos. Está hastiada, encajonada con el resto de muñecas y muñecas, sin nada que la haga especial por fuera, con el mismo relleno que las demás por dentro. Piensa, piensa que está triste. Piensa que no tiene sentido seguir haciendo lo de siempre, la canción la empuja a moverse, pero no lo hace.
-“Muero por no ser nada más
y pretenderlo además.
Por ser aquello que no soy,
por todo aquello muero.
Lamentarme de hacer lo que quiero,
querer hacer lo que lamento
y lamentarlo de nuevo.
Todo porque lo siento
y lo dejo para luego.
Odia a las demás, odia a todos, sabe que no puede esperar nada de nadie. Sabe que nada va a ser diferente, nadie va a acudir a ella. Ella tampoco lo hace. Piensa, rebobina aquella vieja canción que la excita. Quiere huir a otro mundo, fuera de la realidad, fuera de la fantasía, lejos de todo. Vivir sola. En silencio, oyendo para siempre y por siempre su canción. Cierra los ojos y sueña, pero no puede. No controla sus pensamientos, que se escabullen hacia donde no quiere. Tiene un profundo resentimiento hacía su propia forma de afrontar el resentimiento. Se odia. Está sola. Entre las miles que hay a su alrededor no consigue oír un sólo latido. Se acuerda de una vieja historia, rápido algo se cruza en su mente y ya le costaría demasiado trabajo recuperar lo que estaba pensando. Hacía tiempo que había dado la espalda al mundo que la rodeaba y vivía al margen, segura de que no había otro al que ir.
Odia la imagen de aquellas que son especiales y odia la vulgaridad de las demás. Rehuye la vulgaridad con la invisibilidad y la imagen con el anonimato. Busca la realidad que ella cree justa y luego llora sin poder exprimir una sóla lágrima. Se le oprime el corazón pero, rápidamente, anula esa sensación, porque rehuye todo lo que no provenga de su cerebro, la autentica realidad está ahí dentro. Trata de dormir, quizá lo consigue, está cansada, siempre está cansada. Siente que interrumpe algo, que la que cree su vida no es siquiera un sueño suyo, sino el sueño de otro. El sueño la rehuye y sólo piensa que nunca podrá abrazar nada entre sus brazos, anhela su soledad. Construye sus fantasías.
Trata de dejar la mente en blanco y la pasividad mental dura unos instantes. Aunque desde el comienzo sabe que al otro lado del muro blanco había infinitud de ideas cruzándose, con ansia de romper el muro y conscientes de que, aún sin la ruptura, eran perfectamente audibles. Entre la negrura una imagen. Entre la luz blanca un punto negro. El miedo de lo desconocido y el rechazo de la inmundicia que la rodea. Algo va a estallar dentro de su cabeza y no le gustaría estar cerca cuando pasase, sin embargo la curiosidad la vencía. Se sentía mal por ello. Era débil y eso no era de su agrado, esquivaba aquello que no controlaba, era una estrategia coherente y todo lo que rompiera sus principios era algo que recriminarse.
Estar en una isla desierta y estar allí, estar. Completamente sola, sin un ruido ni ser que pudiera moverse, crecer o morir. Y que sus fantasmas y fantasías no se escapasen a su control. Algo la sobresalta. Estar, estar, está.
Un grito desgarrador la asusta, se esconde pero la encuentra, sale de su interior. Su música ya no suena. Estar, estar, está. Abandonó la lírica, ya no surge, no gusta de épicas y se conforma con su prosa. Algo la desconcierta, la oscuridad es diferente. Algo ha cambiado en la negrura absoluta. Sólo está segura de no reconocer su miedo. No puede dormir pensando en cosas que nunca ha conocido, se siente alienada respecto al mundo en que vive. Se siente extraña a sí misma, se siente extraña cuando piensa y se siente extraña de ser real, y entonces se pregunta si es ella, si no se confunde. Luego sus preguntas se olvidan buscando encontrar respuesta. Y ya sus pensamientos parecen ser lo único que merezca la pena en ese momento y todo lo demás se olvida.
Todo porque lo siento
y lo dejo para luego.
Hola o adiós, qué más da,
si es así hasta el final.
Todo sigue igual,
me han asignado una moral.”
-“Pruebo el desdén de mi mirada
manteniendo la vista alzada,
lleno de falsa reticencia
pruebo la necedad de mi conciencia.
Veo que quiero aquello
porque quiero odiarlo.
El silencio ulterior se hizo bullicio comparado con la calma reinante en este momento. Miraba sin ver, creyendo saber, intentando entender. Había algo en el aire que le gustaba, una sensación que hace mucho no tenía. Sin embargo estaba asustada. La única solución era esperar a que volviera la luz, esperar a que las imágenes le indicasen que estaba en un error, que nada había cambiado. Dormir, no. Todo lo que hacia era esperar, sólo cerró los ojos cuando necesitaba humedecerlos. Mirando a izquierda y derecha, adelante y atrás y sobretodo hacia arriba. Mirando, buscando algo que sabía que sin luz no iba a poder ver, pero que, sin embargo, buscó y buscó hasta que lo encontró, pues la luz hubo llegado.
Racionalizar, entender y comprender la razón, no ya de los sucesos, sino de las pautas que inducen a éstos era una prima fundamental para su existencia. Creer que no existe nada que sea posible sin una causa que lo haya hecho posible era fácil, pues todo hasta ese momento había cumplido con su creencia. Todo, pero ahora, estaba desconcertada, su mundo se había derrumbado, no oía su canción.
Con la llegada de la luz llegó el espacio y este era ilimitado. Todo lo que allí había, allí donde se encontrara, era espacio y tranquilidad, tanta como había deseado, y no más pues no era posible. Mas no era felicidad lo que le producía aquel lugar sino expectación. Esperaba que ocurriera algo, que algo se moviera. Que el enorme mar que estaba ante ella hiciera algo de ruido. Pero no, sólo había silencio. Silencio absoluto e integral. Sus palabras suenan escandalosas, hipervoluminizadas. Así que recurrió también al silencio, ya que, no tenía ninguna necesidad de expresarse ,si no era para debatir consigo misma.
Despertó de una noche en la que no había llegado a dormir en un lugar extraño, lleno de vegetación, pero muerta, y sin embargo hermosa, como la rosa que se marchita y ya no se abre, pero que ha adquirido un color granate intenso más hermoso que nunca. Una rosa como la que había dibujado tantas veces en su mente. Una rosa imperfecta, pues era vieja, pero una rosa bella como ninguna rosa joven. Y lo que había allí eran árboles, arbustos y flores muertas que se movían al son de un viento que no se oía. Foresta de una tonalidad oscura pero nada tenebrosa, perdida en un otoño que había comenzado hace mucho.
Mira a su alrededor, en repetidas ocasiones en cada dirección, toca, examina lo que ve. Se mueve y trata de comprender, de despertar por fin. Al menos adivinar la naturaleza de aquello que toca. Gime ligeramente, aunque trataba de evitarlo pues suena estruendosamente. El miedo se convierte en pavor y desespera buscando una salida a lo irracional. Olvida todo lo que tiene ante sí y busca un regreso a alguna parte. Pero todo parece tan cierto como extraño. Otear el horizonte del océano para no darse la vuelta y enfrentarse a lo que había tras de sí era su intención. La desconfianza en lo ilógico la intranquilizaba tanto que no llegó a mirar dicho océano. Tenía puesta la vista en su nuca buscando, no una explicación imposible de deducir, sino un manual que detallase su situación. Añoraba su rincón negruzco. Añoraba su depresión. Está, está, está.
Veo que quiero aquello
porque quiero odiarlo.
Quiero morder su cuello
para luego chuparlo.
Adoro aquella víbora
que el veneno trastorna.
La droga que me atrapa
consuela pero araña.
Mentira si no es verdad
que es mi única mentira,
si no es la única capaz
de calmar mi ira.
Si no es la única capaz
de colmar mi ira.
Fijarse mejor en todo aquello significaba reconocer la veracidad de aquella realidad, así que rehusó profundizar en la naturaleza del todo en que se encontraba. A cambio decidió cerrar los ojos mucho rato esperando encontrarse en un lugar familiar. Muy poco tiempo después los abre, y desespera. De pronto, para contribuir a dicha desesperación, se siente observada. Observada desde todos los ángulos, observada fijamente por mil ojos invisibles.
Gritó, gritó tan fuerte que sintió crujir sus tímpanos. Su alarido agudo, femenino e increíblemente potenciado se fue agravando en su propia resonancia hasta tornarse en trueno. Trueno veloz que se había adelantado al relámpago, que iluminó todo el cielo visible pues, una milésima de segundo antes, una oscura capa de nubes lo había cubierto.
La naturaleza de la causa-efecto del suceso más que sorprenderla o intimidarla la enervó. Entendió se la estaba tratando de ridiculizar, pero se negó a aceptar suceso de tal índole, pese a estar empapada desde que comenzara a llover copiosamente. Lluvia sibilina y muda que la sorprendía al tocar su piel.
De pronto entendió escuchar su canción, cantada por una voz rota en una lengua extraña, pero pronto cayó en la razón de que aquel sonido no provenía de fuera de su cabeza. Se sabía loca y le extrañaba ser consciente de ello. Sentada y abrazada a sus piernas, sin atreverse a actividad alguna, se volvió hacia sí buscando respuestas, pues pensaba que por lógica no habría de hallarlas en otro lugar.
Recordaba una milésima de segundo de lo que había sido alguna vez, los recuerdos se borraban de su mente a mayor velocidad que los nuevos van entrando. No se atreve a mirar, a desenroscarse del ovillo que ha formado consigo misma. Su corazón palpita, sus ojos estaban cerrados, no se atreve a decidir hacer algo. Permanece, sigue inmóvil, deja que sea la situación la que avance, que los sonidos del silencio que la rodea se disipen y que sus sentidos dejen de temer al entorno. Un escalofrío la recorre, se siente mal, una lágrima, más de frustración que de pena, empieza a deslizarse por su mejilla. Apenas recuerda de dónde proviene, el mundo extraño que la rodea comienza a parecerle el único lugar que ha conocido. Una cierta paz en rededor la relaja mínimamente, aún no reacciona.
Si no es la única capaz
de colmar mi ira.
Todo sigue igual,
me han asignado una moral.”
-“Anhelo un abrazo
sin demasiado retraso.
Para no sentir la indefensión
de mi terca incomprensión.
Anhelo una chispa
que me resucita,
con la única misión
de sacarme de esta prisión.
Pensar, está, estar, está. Si le dice a su cabeza que aquello es realidad podrá empezar a reaccionar, pero aún duda de querer hacerlo. Conversa con su pasado, aquello que ha olvidado. Sabe que todo lo que ha vivido es un cajón negro, oscuridad total. Las sombras que intuía, más que veía, ahora estaban definidas, aunque no eran las mismas. La luz no la cegaba. Pero la visión le horripilaba. Por eso permanecía acurrucada sobre algo que había preferido obviar. Una leve sensación de impotencia le hace daño por dentro, reflexiona sobre todo aquello que lleva pensando desde siempre, el comienzo, está, está, el fin.
La tormenta que le había enervado había desaparecido, cree. Sabe que acabará haciendo algo, pero retarda ese momento lo más posible. La angustia aún es mucho mayor que cualquier otra sensación. El lugar aún es una incógnita, no cree que observase durante mucho tiempo antes de volver a su posición primordial.
Un trueno golpea su cabeza, después de fulminarla, empieza a sufrir espasmos. Se estira y contrae sobre su propio cuerpo, un flash de dolor está atravesando su cabeza de lado a lado sin parar. Siente que unas agujas se clavan en sus sienes, siente que algo muy caliente pero frío por fuera se expande por sus entrañas. Piensa que sus ojos se han estampado contra su nuca mientras sus dedos se anudan entre si tratando de aferrarse a algo, a algo real… No está, estar, está…
Ha pasado, está empapada en sudor, tendida sobre un extraño suelo y aliviada. El corazón le late aún de forma sobre-exagerada. El recuerdo del dolor aún le produce estupor. Se siente cansada, quiere dormir, dormir, sólo dormir, para siempre, por siempre, para nunca más despertar. Al menos hasta ser otra persona, en otro lugar, en otro momento. Entonces repara en un suelo de múltiples aristas. Es extraño, aunque ha olvidado el pulido suelo que conocía hasta ahora. Tiene los ojos abiertos, aunque aún no ve. En realidad ve formas con claridad pero aún no las entiende. No sabe describir, describirse a sí misma el lugar que la acoge. Pero se siente aliviada, está en un lugar parecido a algún lugar que soñó cuando aún podía soñar y que había olvidado para nunca más recordar. Volvía a creer que todo era propiedad de su cabeza otra vez, pero como saber si no sabía nada. Se mira los dedos, aún extraños al resto de su cuerpo, se toca la cara como si fuera otro el que la tocara…
Las formas que tiene alrededor empiezan a tener nombre en su cabeza y sentido en aquel mundo que empieza a leer con su vista. Entiende la vegetación y sabe que está muerta, aunque nunca la haya visto viva. Entiende el silencio, aunque nunca haya oído nada que no emitiera ella. Y sabe con certeza, pero con temor a admitirlo, que aquel suelo extraño estaba cubierto de ramas, hojas y tierra… Sabía, pero todo seguía siendo desconocimiento. Acepta el lugar. No sabe que existiera cualquier otro. Tiene una ligera sensación de felicidad que de inmediato elimina cuando se reconoce como ella misma. Y vuelve a sufrir, por su pena, por su soledad, por su ira, porque nunca aprendió una palabra que le hiciera reír. Soñar. Está, está, siempre estar.
Si eres soldado
en un refugio regio,
para mi desamparo,
pues te desprecio.
Morir a ultranza
es una esperanza
para llevar a puerto
un anhelo muerto.
Gotas de compresión
en un océano de incomprensión.
Todo sigue igual.
Me han asignado una moral.”
De nuevo algo recorría su cuerpo, algo ajeno a su nuevo mundo. Una minúscula gota de sudor delató su situación rompiendo el silencio. Después un gemido y su continuo movimiento permitían adivinar por lo que estaba pasando. Sus manos se movían, parecía, controladamente hacia arriba y a los lados, palpaba, buscaba algo, quizá intentaba adivinar la naturaleza de aquello que tocaba. Apareció más sudor en su frente, sus piernas se restregaban la una contra la otra y después huían despavoridas en sentidos opuestos. Las arrugas se volvían explícitas, con especial nitidez entorno a sus ojos fuertemente cerrados. Su nariz expulsaba grandes cantidades de aire mientras era incapaz de inhalar una sola partícula de oxigeno, por lo que sus cavidades nasales trataban de crecer más de lo que les era posible en aquel mundo y en cualquier otro. Tenía la boca entreabierta. Emitía gemidos cada vez más desgarrados y entremezclados con un desacompasado chirrido, producido por sus dientes. La agitación de todo su cuerpo, y en especial de sus extremidades, se volvía violenta, muy exagerada. Los brazos parecían tratar de encontrar un algo fuera de su alcance. Y las piernas un apoyo que no estaba donde supuestamente debería haber estado. Está, está, está. No consigue contener la respiración hasta el fin. Trata de recordar…
Cuando aún recuerda la luz que acaba de iluminar su entumecido cerebro se ve a sí misma aún en sí, tirada, dolida, confusa, impotente y desengañada. No sabe los años que tiene, sabe que pocos, demasiado pocos. Pocos, poco para estar allí, sin saber, sin conocer, empezando a perder todo lo que había conocido. No se atreve a levantarse, a mirar, a encontrar su reflejo en el espejo. No siente las piernas, la cabeza quiere salírsele del cráneo, está a punto de llorar, pero aún no se atreve, luego descubrirá que no puede.
Mientras un dolor inmenso la recorre por dentro, muy caliente, pero frío por fuera. Llama, grita a su madre, pero no le sale la voz. Descubre que es incapaz de moverse. En ese momento es incapaz de imaginar que nunca contaría nada. Imágenes de lo que acaba de pasar golpean con fuerza sus retinas. Cierra los ojos para no ver, pero es incapaz de borrar. Está gritando, gritando con todas su fuerzas, pero el único sonido que produce es inaudible. Una esfera negra se ha formado dentro de su cuello y ya sólo crecerá y crecerá. Cree que se ahoga, no siente la cama que la sostiene. Trata de comprender pero no entiende nada. Sólo espera no sentir nunca nada parecido.
No acepta, ante nada quiere aceptar nada que le pueda resultar potencialmente hostil. Y ese mundo en el que está no dista de parecer aquello que ella supone como tal. El silencio la aturde, pues aunque ella si suene, los sonidos que produce no rebotan en ninguna parte, provocándole una horrible sensación de mareo. No asimila, no admite aún el lugar donde se encuentra, aunque la luz que nunca había conocido le resulta remotamente agradable.
-“Viento del lamento
aúlla en mi pensamiento.
Figuras vagas
que inventé en sueño.
Sueño soñado anhelado,
tristemente alucinado.
Coherencia perdida
del tanto querido.
Rechazado lo ansiado
sólo pide lo perdido.
La oscuridad de la que proviene no es ya sino una rara sensación que la sorprende al encontrarse con las sombras de los enormes árboles que la rodean. Un horrible escalofrío de soledad la recorre repentinamente y se acurruca entre las raíces de uno de los troncos más grandes. Tan grande que parece crecer mientras ella se encuentra apoyada. Y se pregunta sobre sí misma, pues debe volver a construirse como persona y se pregunta quién es, sin llegar a decidir que ha tenido un pasado. Empieza a intranquilizarla el hecho de que se está acostumbrando al silencio y a esa insoportable sensación de ser observada.
Piensa, piensa sobre sí misma, sobre lo que es ella en semejante lugar y de pronto le surge de todo su sufrimiento una agresividad que nunca había atinado a exteriorizar. Poco después se da cuenta de que ahora tampoco lo está haciendo, que todo ese odio sigue dentro de ella. Y cierra los ojos, huyendo a ese mundo interior tan grande como desconocido que tiene dentro y busca un poco de familiaridad pese a que sigue sin tener más pavor a nada que lo que pueda encontrar allí dentro.
Se recuerda a sí misma en un lugar que no recuerda rodeada de la sombra en la que había vivido hace poco. Pero aún fuera de ella, lejos de un mundo que hubiera podido conocer y lejos de cualquier cosa que reconociese como cierta. Así, sólo se reconoce como sí misma en un lugar extraño rodeada de sus fantasías, apartada de todo y en un silencio que le recuerda al que la rodea en la actualidad.
Caminaba, porque después de darse cuenta de que se podía mover, no se podía estar quieta. Reía sin saber que reía porque no conocía la risa. Sufría las consecuencias de un daño que ya no recordaba. Y sólo podía pensar que todo lo que había soñado era mucho peor que su vida en la que nada pasaba.
Miraba inquieta, aún sin saber si buscaba comprender o recordar. Y musitaba una canción que empezaba a olvidar.
Rechazado lo ansiado
sólo pide lo perdido.
Sombras borrachas,
borrosas y ofuscadas.
Sombras tintinean
ufanas y orgullosas.
Sombras juegan
y sueñan canallas.
Sombras sueño
mustias y apagadas.
Sombras recuerdo
bellas y preciosas.
Sombras son vagas,
lejanas y desfiguradas.
Todavía, cuando la horrible sensación de la soledad no se la había aterido a los huesos para corroerla, corromperla, hundirla y humillarla. Seguía viviendo un presente eterno, diferente de su pasado sempiterno, ambos carentes de ningún futuro. Futuro que no comprendía, pues nunca había tenido uno, ni comprensión para entenderlo, exigirlo o vivirlo.
De pronto le venía a la cabeza la obligación de golpearse, para seguir existiendo, sintiendo y comprendiendo que existía en sí misma, a parte de dentro de ella misma. Y que si había algo allá fuera era porque ella existía y no porque lo demás existiera.
Entonces trataba de rememorar un pasado que no tenía y lloraba, lloraba porque no entendía que echara en falta algo que no conocía ni comprendía, ni sabía que existía.
Para sí se decía, no es más que un sueño de una vida que no ha empezado. Y le dolía porque no era ella, sino era un cúmulo de incomprensión malentendida.
Se da cuenta, al pensar, que antes no pensaba. Al menos lo que ahora se planteaba, antes no lo hacía. Y se preguntaba sobre sí misma: ¿Qué era? O ¿qué hacía? Y nada valía. Nada era ya cierto para que ella lo entendiera.
Había recuerdos que le dolían más de lo que mostraban y que la turbaban porque eran extraños pedazos de un mundo anómalo al que no pertenecía. Temía no saber que hacía allí, donde se encontraba lejos de lo que conocía, que era tan poco como lo que desconocía, porque aún empezaba a entender que había algo que desconocer. Y todo por entender.
Y no reparaba en lo que la rodeaba, mas con lo que le chocaba reflexionaba sin creer nada, porque no había hecho más cierto que aquello incierto que no era sino todo aquello cierto e incierto que sabía que no era propio ni impropio al presente eterno del que no escapaba. Salvo para recuperar un breve pasado, que rápido olvidaba, sin saber si era pasado o un futuro que había soñado.
Pues sabía que si había un sueño futuro era soñado, porque no había otro que no fuera imaginado que el presente eterno y sempiterno que otrora había deseado.
Muñecas, quietas, calladas y mutiladas. Palabras vanas, huecas y asquerosas.
Sombras son vagas,
lejanas y desfiguradas.
Sombras flotan,
sombras son,
sombras quiero,
sombras inspiro,
sombras creo,
sombras alucino,
sombras son,
sombras son sombras.
Está enroscada como un ovillo encima de una cama que deja casi por completo vacía. Musita, no llega a pronunciar palabras que no le salen pero que se le van clavando dentro, se inventa una cancioncilla que repite sin cesar y anhela ante todo no volver a ver ni conocer a ninguna otra persona en vida. Cierra los ojos con tanta fuerza que daña sus globos oculares, pero antes de cerrarlos tampoco podía ver ya gran cosa a través de las lágrimas que hacía tiempo se le habían secado sobre sus ojos. La mano derecha se le movía al compás de un ritmo que ella no marcaba y que estaba apunto de convertirse en espasmo. Su memoria se trababa una y otra vez en la misma escena y dudaba de sus recuerdos, pues se empezaban a entremezclar antes de borrarse de nuevo. La irrealidad poco a poco se hacía más agradable y su lengua aprisionada y torturada entre los dientes, asidos con fuerza, producía un dolor intenso que le ayudaba a olvidar el que había sentido, sentía, siente y no veía cómo no seguir sintiendo.
De pronto notaba la presencia de alguien cerca. El miedo le impedía observar quién era y se apretaba más sobre si misma, sobre el ovillo que formaba, más que cuando apretaba parpados y dientes, más de lo que nunca había apretado y nunca hubiera imaginado poder apretar sobre su alma, si no pensara ya que el alma era otra estupidez para hacerla sufrir más y más… Está, está, pero ya no quiere estar… La presencia se desvanece junto con el dolor y la cama que parecía sostenerla. Todo crepita ya en una nada tenebrosa que no se atreve a examinar. Quiere olvidar la realidad de sí misma y así lo hace… No está, no está…
Sueño que pienso,
que pienso que sueño
soñándome pensando
soñar pensando.
Un sueño que pienso
soñar he pensado
para pensar que
he soñado pensar soñando
un sueño que sueño
pensar soñando.
Navega en una mar de sí misma que no es suficientemente consistente como para sostenerla. Teje una tela que le permita asirse a su propia inconsciencia mientras se plantea perderse de si y a si misma. No siente ni padece, simplemente sufre el tormento del que ya no conserva recuerdos. Allí vislumbra un fin que no la horroriza y se acomoda, se acomoda en el pavor que sigue sintiendo ante la posibilidad de salir de allí, pese a que ahora desconoce de dónde proviene ese temor. Por fin reconoce una sensación que no está nada cercana a la felicidad, pero que dista mucho más del horror de lo que está acostumbrada. Así que está, allí puede estar, está, está…
Sueño pensar
pensándolo soñar,
pensando pensar
en soñarlo soñar.
Y pensarlo para soñar
pensándolo soñar
y soñar soñar
pensándolo pensar.
Un frío agradable la abraza de pronto, mientras ella se deja querer. Sigue negándose a abrir los ojos y siente la plácida sensación del que se deja llevar por la marea. No respira, no siente, no oye. No sentía nada tan agradable desde que tenía memoria y sabía que se había metido en el mar, que estaba frío, que se estaba hundiendo, que no podía respirar. Pero sentía una caricia tan agradable de placer que se resistía a ponerle remedio. Estaba tirada sobre el fondo, lo podía sentir. No había nada más que ella y aquel lugar. Así que se olvidó de que se encontraba allí y esperó a ver qué pasaba. Y estar, estar hasta que dejara de estar. ¿Se podía hallar mayor felicidad? Simplemente estando, estando, está…
No ser ni haber sido no era suficiente, necesitaba la certeza de no volver a estar, ser, padecer o meditar. Flotaba, no sabe donde. La tranquilidad la adormece pero no puede dormir… Trata de asirse a algo que la contenga pero no halla apoyo, se intranquiliza. Se retuerce y contrae agitada buscando algo de lo que se había ocupado de eliminar. No tiene idea de dónde está y por un segundo anhela, desea, imagina estar en una isla, una isla desierta, sólo ella, rodeada de un mundo que fuera un poco parte de ella. Pero ya sólo se dejaba caer hacía una profundidad que no sabía si tendría fin. Es, está, quizá sea…
Despierta. Está desorientada, no se percata de su sustento sobre un apoyo firme. Viene o va de la realidad. O simplemente cree que existe en algún lugar y cree inventar una canción que ya no oye en ningún lugar. Se mira a sí misma y se ve con dificultad y sin atreverse a confiar en su equilibrio. Cree recordar lo que debió ser su muerte y se pregunta ahora sobre el lugar tan familiar y tan extraño en el que se encuentra. Selva de foresta cubierta de arena y playa, de helechos desecados por exceso de agua. Llora, llora hasta que recuerda que no puede, que no lo consigue y entonces trata de arrancarse el pecho, pero tampoco puede, porque aún duda de su consciencia de ser cierta a razón de ella misma. Sólo desea más dejar de ser que saber.
Luz capturada,
sueño escapado,
esperanza vana
en pasado adorada.
Mentira clara
de cara franca
cruza rauda.
Dolor, mi pena.
Llanto quejoso
cánsome de mi,
hastiome de tanto,
quisiome nada,
burlose cómo,
quejome quejoso
del llanto congojo.
Era pequeña, tanto que aún no era capaz de entender cuánto. Un destrozo de tiempo, cariño y espacio. Un mundo complejo basto, despiadado y deforme se conformaba alrededor con sombras aviesas y sonidos tenebrosos. Pero ni era su mundo, ni le era ajeno a los otros. Estaba, miraba, todo era, estaba demasiado grande. O ella estaba hecha demasiado pequeña. Sin duda demasiado pequeña, demasiado para ser real, para ser ella, para no volver, para olvidar todo y nunca más volver a empezar. Era todo y no había de haber más.
¿Papá?¿Mamá? Espejo roto revela el secreto que no deseas mostrar y libera el espejismo que no atinas a mostrar. Sin duda nunca llegó a entender. Hubo un padre que ya no está y sin duda hubo de haber una madre que está muy borrosa ya. Y un escalofrío que la recorre llenándole de ira, tanta que cree reventar, y se olvida de toda fantasía de lo que fue y es, tanto que casi deja de ser por no querer reconocer.
Trata de controlar lo que entiende, lanzar un grito tan poderoso que liberase una tormenta estruendosa para poder jactarse de ello, sin embargo, al primer trueno le acobarda el miedo y se esconde, tratando de esconderse del poder que ha provocado y de poder volver hacerlo.
Está sola. Es tan pequeña que aún no entiende, pero quizá no tanto, o tiene algo de especial, porque cree entender que no entiende. Algo de consciencia que hubiera deseado nunca tener. Se acostumbraba a la soledad cuando dejó de estar sola. Y se dejó querer y no vio maldad pues si le quitaron la inocencia es por que era inocente. De pronto lo extraño se hace común. La rutina deshace la rectitud y la confianza se convierte en un arma que ni siquiera puede ver. Mira o ve mirar y de pronto ya nada era como era antes y pronto ni sabría que había olvidado cómo era un antes que no sabía que había existido. Las conductas debidas eran costumbre y las nuevas costumbres se convertían en conductas debidas. Todo pudriéndose dentro de un caparazón de hipocresía tan grande como lo era el borrón. Borrón abrupto e infecto, pestilente y maligno en el que nunca observó maldad. Era, estaba…
Corre, corre entre troncos y maleza. Corre sin saber por qué, quizás busque un final a algo que aún no puede comprender. Corre añorando un pasado que la ha de atemorizar. La selva que conforma la isla se desplaza a sus lados casi a tanta velocidad como ella corre. Todo fuga al mismo punto. Y se siente cansada y no para. Cada vez más observada, no es más que otra pesadilla de su abismo de consciencia en duda.
Está arrojada en un lecho incómodo de silencio y agujas rotas. Aunque éstas sean ramas y el silencio, silencio. Una de esas agujas le atraviesa la cabeza y no es una rama. Se retuerce de dolor hasta que cae rendida de extenuación, dejándose mutilar por el sufrimiento. Tan intenso que se ha echado las manos a la cabeza clavándose uñas y dedos, sin notarlo, hasta ver sangre que manifestara su dolor. Y así, demostrando no caer en una mentira, se sentía más limpia, mientras quería morir al no aguantar más.
Una vez acabado el pinchazo, su recuerdo seguía clavado mareándola y haciéndole añorar su muerte. Todo ya tan lejos que nada había existido ni existía más que el horrible dolor que había sentido. Dolor del que sólo se podía culpar a si misma, pues sólo ella estaba allí. Así que, con las uñas ya clavadas en las venas, decidió parar como castigo por haberse infringido semejante sufrimiento. Admitiendo ser merecedora de tal padecer por simplemente haberlo padecido. Ella ya carecía de sentido, así como todo el silencio y el ser observada, porque aquello había anulado completamente sus sentidos y nada era ya perceptible.
Está, está, está. De nuevo sentada, ligeramente escorada, sintiendo el incierto contacto de alguna otra semejante a ella, corazones no palpitantes como el suyo. No era tarde, aún podía regresar a la eternidad y pasarla allí en total oscuridad, sabiendo que nunca jamás podría suceder nada entre brazos rotos y torsos mutilados.
Huyo de luz,
de sustancia querida,
de realidad hostil.
Creome mi sueño
feliz frustrado.
Cansada y amargada
felizmente atormentada.
Todo sigue igual,
me han asignado una moral.”
Mirar el horizonte sin saber lo que es. Buscar una respuesta lejana. Buscar en la nada y discernir una solución. Pero no entender. Tenerla ahí, saberla, haberla ahí y no saber qué decir. Reconocer un pasado olvidado y saber que está olvidado y, sin querer recuperarlo, anhelar recordarlo. Estar, estar y estar para nada ser capaz. Empieza a familiarizarse con todo, con el entorno, su silencio y su vacío. Racionaliza su todo y añade un poco de daño a su historial de daños. Las tormentas, calambres y ataques han pasado y una voz dentro de ella le critica por añorarlos. La sombra de la nada del interior de su cabeza se agranda y se vuelve pesada. Sus manos tiemblan de saberse inservibles para lo que las atañe y ella se encorva buscando un sufrimiento que parece no encontrar.
Ahora parece reconocer, conoce la foresta, aún muerta. Reconoce el mar, pese a guardar silencio. Y analiza el cielo, aún viéndolo azul.
Comienza a sentir un poco de familiaridad, un poco de tranquilidad. Pero las nubes vuelven, la mar se encrespa, y el silencio absoluto de la inexistencia más irrefutable permanece. La arena empieza a tragarse ramas y hojas secas, sube por troncos huecos y encorvados y se engulle árboles enteros. Tras ella el mar, saltando y brincando, como si de repente la inmensidad infinita no fuera suficiente y necesitara hacerse con su refugio, su rincón, su único lugar de paz. Pronto sólo un palmo de tierra debajo de ella rodeado por un océano embravecido y colérico, ansioso por llevarse algo que en otro momento no hubiera podido. Se ve con la incertidumbre de no saber ni estar segura de estar. Pero con la certeza segura de que se va ahogar, que va a flotar y ha de perderse en la profundidad para, por desgracia, quizá aparecer en otro lugar.
Y allí está, está y está, en la nada. Y puede llorar, porque aún no pudiendo generar lágrimas que hacer brotar, podía asegurar con la certeza de no fallar que toda aquella agua podía ser fruto de su inmenso pesar.
Aún un escalofrío recorre su columna espinal con la primera caricia que dejó de serlo. Cuando su inconsciencia, su inocencia y su mundo no podían concebir siquiera un atisbo de maldad. Cuando no se podría atrever a interpretar lo que le sucedía. Cuando no sabía que había algo que interpretar. Aguas vienen y van, todas lloradas sin más, cuando ella ya no podía llorar una gota más. Ser de pronto consciente de que algo no le gustaba, que el dolor era malo, que era algo que esconder, que toda su vida se alejaba en el pasado oculta por un secreto que bajo ningún concepto podía revelar. Sentir, sufrir tantas cosas que no podía explicar y con las que debía vivir, subsistir. Agarrarse a un alga en el fondo del mar, esperando con ansia quedarse sin aire y ahogarse. Y esperar en vano, y ver que no pasa nada. Verse envuelta en sangre, sentir una punzada en su interior y llorar, siempre llorar. Pero no poder hablar. Siempre había silencio que guardar. Tragarse un océano entero llorado gota a gota, lágrima a lágrima por ella misma tiempo atrás. Tragárselo todo y esperar reventar. Esperar y esperar y, por un momento, pretender entender. Quería eliminar todo el mal de su interior, quería sustituir su vida por la de sus viejas amigas. Negarse a sí misma su propia forma, negarse a sí misma todo lo que vivía. Qué paz sabiendo obviar lo que no le gustaba. Un mar de palabras rotas que le decían que debía conocer su propia realidad. De pronto su angustia era vencida por la curiosidad de conocerse a sí misma. Y verse a sí misma hundida y humillada, renegando de todo lo que había conocido y renegando de ello como realidad en la que sostenerse.
Cerrar los ojos. No hay nada real, nada que recordar, ni cosas que tocar. El sonido del mundo es ahora mudo, pues no hay mundo que pueda hablar. Nada que recordar, no hay mundo que pueda hablar. Navegar en un mundo de sueños anteriores a cuando empezara a tener pesadillas. Zambullirse en un liquido espeso y acogedor, volver al viento materno. Y sólo encontrar una pequeña isla de sueños rodeada de un océano de tinieblas…
Sola en el agua, poco a poco se habitúa como ya lo ha hecho antes, poco a poco se siente más cómoda y cree merecer una explicación. Sin embargo ya cree saber que sólo ella misma puede contestar a sus propias preguntas. Acaso ha existido algún otro ser en la historia del Mundo.
Imaginarse en otro mundo, en otro lugar, suave, dulce, un lugar donde estar, ser feliz y querer vivir. Estar, estar…
Las gotas que la sostienen en el elemento que no la deja ahogarse se convierten en algo distinto. Por un momento cree por fin ahogarse, pero en un océano de mercurio o plomo líquido. Cierra los ojos por que sabe que es el final, pero la sensación desaparece y, cuando abre los ojos, se encuentra a sí misma en una burbuja dentro de todo el mar que la rodea, una burbuja que no puede romper o se ahogará, una burbuja que la protege pero que la aísla. Trata de escapar como si estuviera en el útero de su madre. Y cuando lo consigue, amanece en un lugar muy diferente con la sensación de haber matado a quien la ha parido.
Algo familiar la sostiene, es suave, blando y cómodo. La luz es blanca. Un olor dulce se apodera de todo. Todo es familiar, aparentemente agradable, pero teme, teme por algo que desconoce, pero está más aterrorizada de lo que cree recordar haberlo estado nunca. La superficie suave y blanca, un colchón se extiende por todo el suelo hasta las paredes, también blancas y muy altas. El techo , lejano parece ser también blanco y acolchado, como las paredes y el suelo. Una gran apertura, una ventana deja entrar la luz, también blanca…
Tiene una hija, no sabe cómo lo sabe, pero lo sabe. De pronto una puerta que antes no estaba allí se abre y, por ella, aparece su niña acompañada de su madre para decirle: “¿Por qué me matas?” y se marcha diciéndole a su madre: “El tiempo se hacía añicos mientras hablaba con ella”.
Se tumba y la sensación es sumamente familiar. Cierra los ojos. Sabe que recordar todo lo que una vez fue ella es tan fácil como abrir los ojos de nuevo. Toda su incomprensión, toda su cólera y rabia se ven relegadas por el temor a la verdad. Confusa, no se atrever a mirar. No quiere ver algo que la pueda devolver a su estado anterior. No quiere, no estar, allí, no está, no estar, no, no está, estaba, estaba, no estará, estar… Dormir y soñar.
Una superficie blanca, imposible de definir, increíblemente iluminada y pulida. Una lamina de cristal le rodea haciendo imposible tocar dicha superficie. Dentro no hay más luz que la que entra de fuera y no hay más adorno que la luminiscencia exterior, que rebota una y mil veces en la nada, para impedir la visión de otra realidad que no sea la misma luz dándose color a si misma. Todo es un conjunto vacío de luz y con una sensación contradictoria que habría de desbordar el contenedor por exceso de contenido, pero que a duras penas se mantiene en el interior por un deseo incomprensible.
Un montón de partículas intentando manifestarse de mil formas diferentes gritando todas tan alto que se impiden ser oídas. Un susurro incesante de inquietud que no hace más que recrearse en la banalidad, o en este caso in-banalidad de su existencia.
Estar atrapado con causa o sin causa. De hecho que la causa existe, que no justifica, pero merece. No es una simple razón lógica, sin embargo lógicamente razonando habría que llegar a tal conclusión. Si la realidad se crea a raíz de la circunstancia o es la circunstancia la que surge tras la realidad. Y si esa realidad sólo es posible reconocerla como una simple percepción, cómo discernir la circunstancia del yo propio de la realidad de la totalidad global.
Un ente atrapado puede ya, en tal caso, describir otra realidad que no sea la circunstancia que se encuentra. En ese caso está en una prisión justa. Pero si no es la circunstancia la que brota de la realidad, y la globalidad depende siempre de la circunstancia propia… Cómo protegerse de ese ente, aún donde se encuentra atrapado… Si no fuera suficiente el encarcelamiento habría que hablar de holocausto final, pero en ese caso cómo justificar que por ahora funcione. Si ha de necesitar un tiempo prudencial para acumular el poder que le permita evadirse, ya no sería el ser que debía ser encerrado y por tanto no habría de estar encerrado, por tanto difícil razonar el fin o el origen si se desconoce en todo caso el ser.
Se puede ser libre sin tener capacidad para decidir, o si esas decisiones están ya decididas bajo riesgos de magnitudes inimaginables. Tentar es un lujo que no se puede llegar a soñar. Esa es una esperanza que no debe tener y con la que sus ojos buscan un exterior que quizá no exista y que ha aprendido a dejar de añorar mientras sus entrañas se mueren por escapar. Es una realidad o su poder llega a tener la capacidad de soñarse a sí mismo en tal lugar… Es tan cruel como para hacerse eso a sí mismo o no es más que un peón del eslabón de una cadena que no puede ver. En ese caso su encierro sería injustificado y por tanto debería escapar. Y si no es así, por qué no huir para averiguar la verdad de todo. Averiguar sin el recuerdo que le llevó allí. Y la rara sensación de sentirse plenamente involucrado con todo lo que le rodea.
El todo en forma de presunción insuficiente que ha de justificar su presencia y la de un mundo fuera de su alcance por su propia voluntad. La voluntad que él sólo quiso otorgarse y hubo de volverse fatal para sí, para todo. Sentir como ser él y no poder dejar de sentir mucho más, por más que lucha contra algo que no existe y que le abraza sin saber hasta donde llegará o cuando habrá de parar. Todas esas sensaciones le abordan de forma confusa perdiéndole en una espiral de confusa inestabilidad, que le embota en un mundo de aturdimiento y zozobra que le pierde dentro de la nada de su blanco estanco.
Mientras ella… Despierta abrumada, despierta con un gran peso sobre el corazón, despierta asustada, tan asustada que, sin darse cuenta, ha abierto los ojos y se ha topado de golpe con toda la realidad de la verdad y la verdad de la realidad. Toda una vida de sufrimiento y agotamiento como si la leyera escrita en su diario, una vida de aguantar y aguantar. Todos son muy felices y ella se quiere morir. Todo vuelve. No recuerda ninguna isla, no hay refugio, sólo su vida. Sólo su padrastro por las noches. Sólo su embarazo prematuro. Sólo ese Dios que le impide abortar. Sólo el padrastro que sigue viviendo con ellas porque un juez le declaro enfermo, que no culpable. Sólo su hija. Ha despertado en su cama y están todos allí, incluida su hija, que es además su hermana. Sabe que, en cuanto ha sido capaz de levantarse, ha cogido un cuchillo y se ha cercenado las venas. Lo que no sabe es si se ha acordado de matarlos a todos antes.
Dejar de hablar, dejar de moverse, dejar de respirar. Conseguir lo último. No ver a nadie, no sentir nada, no percibir nada, ni siquiera saber donde está, no sabe nada y tiene la sensación de ser feliz.
Y se hizo la luz, creando al primer hombre ciego. Se nos otorgo la virtud desposeyendo a los hombres de la capacidad de discernir. Se sentenciaron las conductas debidas creando la posibilidad de incumplirlas. Y se completó la creación dignificando al hombre por encima de sí mismo. Creando una fe ajena a la idiosincrasia del ser, alienándolo en la busca de su fin, muy lejos de su propia existencia.
Y no fueron ellos quienes discreparon del mal, sino al contrario, creando la maldad al nombrar la rectitud. Regocijándose sobre la palabra escrita, mientras la usaban para gobernar las almas corruptas.
Y la luz crepitó para resurgir como un fogonazo infinito, dejando ciego hasta el último hombre.