Dicen que estoy loco, pero nadie hay más cuerdo que yo. Dicen que bebo, vivo. Tratan de quitarme todo aquello que me ha dado la felicidad. Me lo quieren arrebatar porque estoy enamorado y no lo pueden aceptar. Todo cuanto hago durante la semana es trabajar y los resultados, nadie lo puede dudar, son satisfactorios. Si he bajado ligeramente la media es porque, como es lógico, el nivel ha aumentado.
Los fines de semana son míos y, si no me evadiese como lo hago, no podría rendir a semejante nivel durante la semana. Esa distracción es la que me permite seguir hacia adelante y la que me da un motivo para hacerlo.
Y si de muchos fines de semana no me acuerdo es porque no hay nada que recordar de ellos. Y si de muchos otros no hablo es porque no han de interesar a nadie. Pero los que voy a contar son aquellos que evidencian los motivos por los que merece la pena vivir, todo aquello que me ha dotado de la felicidad que nunca antes conocí.
Nunca es lo mismo, la reiteración fabrica la rutina y de ésta surge el sopor. Hacer lo mismo cada día hace de la vida la pobreza. Improvisar e inventar permite que cada noche sea una historia que me hace conocer experiencias, aspectos del mundo y conocer mi propia forma de ser. Aunque el objetivo y el resultado son y fueron siempre los mismos.
Nunca he salido ni saldré, ni mis amigos lo harán, antes de que haya caído la noche. Y, aunque a veces he estado a punto de incumplir norma básica, tampoco he permitido que el amanecer me atrapase. Siempre somos los mismos. Amigos, conocidos y desconocidos son caras familiares. Entre la multitud, siempre cada noche, los que nunca faltamos, los lugares de siempre, los gritos y carcajadas que dan voz a la música que todos fabricamos. Vigilados, tras la barra, nuestro anhelo, nuestro futuro, al otro lado el destino de todo el género.
La caña, la cebada, la uva, la patata, el arroz… Son venerados más que nunca, cuando líquidos y destilados o fermentados se mide su valor en tanto por ciento sobre el volumen de su impureza. Pero nunca son relevantes, pronto desaparecen y necesitan sustituto, nunca les rezamos pleitesía, sabemos que nunca nos abandonarán. Los necesitamos y los tomamos, pero eso sí, nunca solos, nunca tomamos un trago sin que alguien junto a nosotros lo esté haciendo también. Después nada importa, nada es prohibido y las acciones no son punibles. La libertad es absoluta, nadie está cohibido y todos luchan por la felicidad. La compañía, entonces, es aleatoria y opcional. Pero ella es mía, sólo yo puedo tenerla. Aunque no le guste que diga que la poseo. Si alguien me la quitara, no lo dudaría, si ella no volviera a mí, acabaría con mi existencia. Dejaría brotar mi sangre hasta que, envuelto en ella pudiera, mareado, recordar por última vez su cara y el amor que en su momento ella me dio como yo intenté dárselo a ella.
Pero, ahora, ahora ustedes me la han quitado, me han dejado sin nada, no tengo motivos para vivir y no me dejan que la recuerde por última vez. Ya que me impiden acabar con todo y me obligan al sufrimiento, a recordarla eternamente sumido en la tristeza sempiterna carente de sentido y carente de razón de ser vivida.
Nunca la han visto ustedes, pero no se imaginan la emoción, el alborozo de mi corazón, la pasión y el hormigueo interno que siento cada noche cuando la veo por primera vez. El subidón que siento en la totalidad de las células de mi cuerpo no es comparable al producido por cualquier clase de droga. Es la mujer perfecta. Vive para mí y yo para ella. Y le da igual el ron, el vodka, el whisky, cualquier licor o bebida exótica. A todos corresponde y con todos me acompaña.
Pero ahora… No les he dicho lo hermosa, maravillosa, inteligente, simpática y única que es. Es simplemente fantástica, y no lo digo por lo buena que es y está, que es y está, sino porque ha surgido de la más hermosa fantasía imaginada por el azar. Es un espejo de mis deseos, que ya no permite que cualquier otro despojo de ficción o realidad desperdicie mis sueños conscientes e inconscientes. Puede que no me crean, pero en cuanto se la describa no cabrá ninguna duda de mi cordura, amor ni fortuna. Pues soy el más afortunado y rico del mundo por simplemente haberla visto. Ir más allá me hace flotar ingrávido en un conjunto de sensaciones que exceden los limites de mi propio ser y que nunca me atreveré a describir ni compartiré con nadie sino con ella.
Había sacado un sobresaliente en física y lo estábamos celebrando. Hubiera dado igual suspenderlo puesto que la solución hubiera sido la misma. Simplemente en vez de llamarlo fiesta lo llamaríamos ahogar las penas. Tras un brindis de vodka con limón y algunos chupitos de curiosa composición empezamos a perder el sentido del tiempo y los amigos. Y la fiesta se elevó de una forma gloriosa más allá de los que, en un principio, la formábamos. Brazos en alto sosteniendo vasos que goteaban líquidos de variado colorido abarrotaban un bar, que hacía tiempo que no era tal, sino una fuente de agua en la que se refractaban los colores del arco iris, y entre ese colorido brillante, idílico y flotando entre la diversión de las masas, la pude ver por primera vez. No importaban los gritos, la música que sin duda sonaba en el lugar, ni la multitud moviéndose y empujando, todo ello no era más que una sombra que hacía resaltar su luminosa imagen. El silencio era absoluto para poderla oír decir un «hola» que, melódico, el eco capturó para no volver a soltarlo nunca más y permitirme oírlo siempre que mis párpados tapan mis ojos.
No sé dónde fueron o si me fuí yo, pero no volví a percatarme de la presencia de ninguna otra persona en toda la noche. Sus ojos miraban fijamente a los míos y yo, mareado e inseguro de estar despierto, alargué el brazo sin perder de vista el par de esferas radiantes que eran sus ojos. No vi cómo, pero acarició la mano que alargué y un escalofrío increíblemente caluroso recorrió todo mi cuerpo partiendo desde esa mano y deshaciéndose débilmente en un suspiro. No volaba, no tenía alas, si alguien estaba flotando, ese era yo, pero de algún modo se posó sobre mi mano. Reclinada, su reluciente melena morena rozaba mis dedos, sus ojos como cristal tallado por magia hacían despertar mis fantasías, y su rostro suave, liso, fino y limpio ampliaba lentamente un gesto que parecía ser una sonrisa y que escondía una maravillosa ternura. Por debajo de un largo cuello y un moderado escote llevaba una camiseta negra y una falda azul oscuro que variaba su longitud en torno a la rodilla. Sus piernas estaban hechas del mismo material fino y de apariencia frágil que su cara. Sentirla encima y moviéndose sobre mi mano me mantenía obnubilado. Sentir aquella sensación, hablar con ella y ver su cara mientras era yo quien hablaba me hizo estar seguro de no querer hacer nunca más ninguna cosa que me mantuviera alejado de ella.
Elevé la mano, por encima de los fuegos artificiales que ambos imaginábamos y después de dar alguna vuelta sobre mi mismo la acerqué a mi cara para verla bien de cerca. Después de que con su pequeña manita me hubiera tocado la punta de la nariz y me hubiese rozado los labios, perdí toda noción de la realidad y todo cuánto recuerdo del resto de aquella noche es su cara. Nada más, puesto que no nos molestamos en pronunciar palabra alguna, pasamos horas cerca, muy cerca, mirándonos y compartiendo el pensamiento. No sé de ningún lugar dónde nos hubieran visto aquella noche, pero a la mañana siguiente me desperté en mi cama y ella no estaba allí. En todo el día no hice otra cosa que cerrar los ojos y recordarla. Recordarla mirándome y susurrándome cosas al oído.
Sé que por mucho que lleguen a comprenderme a causa de mis palabras nunca llegarán siquiera a acercarse a entenderme un poco, puesto que sólo habiéndola visto una sola vez, por escaso que fuera ese instante, valdría más que cualquier intento de describirla, pues nunca hubo las palabras necesarias para describir el material del que están hechos los sueños.
Uno de sus argumentos es que aquellos días baje drásticamente mi rendimiento a todos los niveles. Pero han de comprender, y entra dentro de la lógica pensar, que después de haber podido sentir tan cerca a figura tan divina mi concentración, pensamiento y reflexión estuvieran destinados a ella. Si no fuera así no cabría decir que era cierto lo que mis ojos habían visto, pues nadie que la hubiera visto, como yo la vi aquella noche, se habría atrevido a olvidarla un solo instante, nadie habría conseguido dormir un solo minuto de aquella semana hasta poder volver a verla. Y pensarán que fue una difícil semana para mí, pero increíblemente, y no tengo explicación para ello, no lo fue. Esperaba con verdadera ansia que llegase la noche del sábado para conocerla una noche más, pero durante la semana me bastó con saber que semejante mujer existía.
Pero los siete días pasaron y llegó la noche. Hice todo lo que solía hacer y esperaba encontrármela antes de empezar a beber. Pero no fue así. Y por una vez mis motivos para beber quizá variaron, estaba triste, muy triste, no la encontraba, empezaba a dudar que existiera de verdad. Egoístamente no había comentado nada a nadie sobre ella. Y bebí, bebí por pena, bebí por soledad, bebía porque el mismo corazón que alborotaba la semana anterior se me encogía dentro del pecho y bebía porque nada cuanto me rodeaba me servía siquiera para atreverme a empezar a olvidarla. Bebí sin saber lo que bebía, bebí sin saber cual era mi copa, bebí sin saber con qué pagaba, pero bebí hasta que mi mano no pudo encontrar un nuevo vaso. Tirado en cualquier rincón, con la desesperación ahogándome escuché su voz tras de mí preguntarme qué era lo que me entristecía tanto. No sé qué contesté, posiblemente expliqué que el motivo era no haber oído antes esa pregunta. Pero toda pena pasó y su rostro se mostró a mis ojos, se sentó sobre mi rodilla y volví a flotar. Pero esta vez, estoy seguro, con ella. Estaba flotando junto a mí porque estábamos unidos en todo momento. De forma que nos pudiéramos sentir mutuamente en todo momento. Suavemente deslicé mi dedo por todo su cuerpo dibujando su figura y después ella agarró mi dedo para bailar con mi mano la misma música que improvisamos la noche anterior. Algo de su magia debió impregnarse en mí, puesto que durante un instante sentí como bailábamos los dos abrazados sobre la palma de mi mano. Pasaron las horas rápidamente, tan rápidamente que el reflejo del primer rayo de luz por la mañana reflejado en el cristal de sus ojos aún está sellado en mi memoria. Después recuerdo despertarme en la calle, en un rincón, con la sensación de tenerla recostada sobre mi cara y cuello pero sin que ella estuviese aún allí.
Era domingo, y un domingo sin ella no merecía la pena, lo mismo pasaba con el lunes y el martes. Por las mañanas en clase soñaba y por las noches decidí salir a buscarla, pero no la encontré. En la pena y desesperación intenté dibujarla, pero ni sé dibujar ni creo que ningún genio la hubiera hecho justicia. Intenté describirla, pero como ya dije, ni el mejor poeta habría encontrado las palabras a utilizar. Todo eran intentos para sentirla más cerca, pues su ausencia me desesperaba cada segundo mucho más que el anterior. Confesé su existencia para explicar mi comportamiento, pero no recibí más que risitas socarronas, ninguna ayuda. Pero me había decidido a decirle el siguiente sábado que nunca más me dejase y si no era posible estaba convencido de irme yo con ella.
Decían que no estudiaba, pero para que me iba servir estudiar si toda esperanza que alguna vez había albergado se había cumplido con ella. Decían que apenas comía, pero quién iba a tener apetito en semejante espera. Decían que estaba en todo momento ausente, a quién importaba si a mí solo me importaba ella.
No hay motivo alguno para que yo esté aquí, para que esté intubado y atado. Pues con ello no consiguen sino agravar mi situación. No son humanos. ¿No me entienden? ¿No significan nada mis sentimientos? Déjenme verla otra vez, con una vez más me conformo. Despedirme, por favor. Búsquenla, tráiganmela, ¿aún no han entendido? Ella me hizo comprender que todo lo que había vivido antes de conocerla no valía para nada y daba lo mismo puesto que entonces no lo sabía. Pero ahora que la he perdido… Ahora que la he perdido… Lo suplico, lo pido por favor, tráiganla…
Volví a salir la noche del sábado y después de que hubiera pasado bastante tiempo, después de haber pensado que quizá no la volvería a ver, después de haberme consolado, sin compañía, en el alcohol. Después apareció, más bella que nunca, encantadora como siempre y la agarré, la agarré suavemente para no hacerla daño y para no volver a perderla.
Viví la gloria, el paraíso y hallé su secreto, la forma de volver a verla cada día, cada minuto. Y aunque a la mañana siguiente volví a despertarme sin ella, nada más levantarme fuí a por una botella de ron y bebí, bebí pues ella se alimentaba del alcohol. Bebí y volví a tenerla en mis brazos. Pude sentirla, olerla, oírla, verla y degustar sus besos sin sentir percepción que no fuera ella. Hicimos el amor y sentimos el amor de más formas de las que nunca imaginé ni oí decir. Pasamos horas, días, ella con su cabeza posada sobre las yemas de mis dedos y sus piernas cayendo por mi muñeca. Yo sosteniéndola, elevándola por el aire, acercándola a mi cara. Si tenía que irse, una botella de vodka la atraía, sino era vodka era ginebra, sino absenta. Era simple y eramos felices, tan simple, pero a alguien debí dar celos. Alguien sintió celos porque si lo que sentí no era el nirvana no cabe en mi cabeza sensación más placentera.
A partir de entonces no hice otra cosa que no fuese lo más lógico dada mi situación. No tenía sentido dejarla un solo minuto si ella era lo que significaba la vida para mí. Si beber me permitía estar con ella, bebía. Si dormir me alejaba de ella, no dormía. Hice lo mismo durante semanas. Semanas que pasaron en un suspiro. Ella estaba junto a mí siempre que yo quisiera, por mi parte intentaba que ese tiempo fuese el mayor posible. Amarla no era darle un beso, amarla era estar abrazado a ella veinticuatro horas al día, siete días a la semana, todas las semanas.
Quererla era darle el tiempo que ella estaba dispuesta a darme e mí. Si ella no dormía, no comía y no iba a clase, yo tampoco lo iba a hacer. Y así era feliz.
Nadie la podía ver, nadie hubo ni habrá como ella y por ser tan maravillosa yo la quise. Me la quitaron, me la robaron, no puedo pensar en ella. Me la imagino triste, llorando y eso, no lo puedo evitar, me llena de rabia. Verla cabizbaja, sin alegría en su rostro me parte el corazón. Solo conocí su sonrisa, sus labios besarme e imaginármela de otro modo me produce tanto dolor que no puedo permitirme seguir pensando. Pero lo que realmente me asusta es que pueda olvidarme de ella, olvidar sus ojos, su cara, sus labios y sus susurros en mis oídos. Si llegase el día en que no me acordase de ella no creo que pudiese volver a dar un paso hacia adelante. Pero sé que su imagen caminando elegante, burlona y preciosa sobre la barra del bar esquivando vasos nunca desaparecerá. Entonces la veía junto a mí el resto de nuestra vida, nos veía juntos, lejos de cualquier otra persona, sin tener que responder ante nadie, a parte de nosotros mismos. Y ahora ese deseo no lo imagino hecho realidad.
No lo pudieron aceptar, se inventaron enfermedades para decir que yo las tenía. Y aunque suene cursi mi única enfermedad es ella. No un amor cualquiera, si la pudieran ver una sóla vez…