El Globero/El Globero Ciclista

El mal tiempo y el ciclismo

Hay algunas situaciones y acciones que perjudican enormemente al ciclismo. Y que, lejos de resolverse, cada año van a peor. Quizá los equipos no se sientan perjudicados,ni las carreras, pues el máximo perjudicado es el aficionado más fiel y paciente que tanto ha sufrido con el devenir del ciclismo las últimas décadas.

El ciclismo bebe de épica, de sufrimiento, de llevar el esfuerzo al extremo y de exprimir el esfuerzo de resistencia humano. Cualquier aficionado habitual tendrá en mente días memorables de ciclismo en que las inclemencias meteorológicas fueron un ingrediente esencial de la épica.

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Perico Delgado, Passo del Stelvio, Giro d’Italia 1988

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Bernard Hinault, Lieja Bastoña Lieja 1980

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Alexandre Vinoourov y Cadel Evans, Montalcino- Giro d’Italia 2010

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Abanicos (cualquier día de viento)

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Día de barro en la Paris Roubaix

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Passo del Gavia en un buen día.

En un deporte donde se suben tan a menudo puertos de montaña a gran altura, no siempre en los mejores meses para hacerlo, donde se compite día tras día sin descanso, es normal que nos encontremos con todo tipo de fenómenos meteorológicos. Y esto no es tenis, si llueve la carrera continúa. Si se suspendiese ante cualquier adversidad del tiempo el ciclismo no existiría. Y lo mismo que hay escaladores y rodadores, hay corredores que compiten mejor con frío o calor, que bajan mejor o peor con el asfalto mojado o que se saben defender mejor en los abanicos cuando hay viento lateral.

Sin embargo hay días que, simplemente, no se puede competir, las condiciones son demasiado extremas o sin más impiden la competición. Si la nieve corta un paso no se puede pasar por allí, si hay hielo en una bajada no se les puede pedir a los ciclistas que se jueguen la vida, si el viento se los lleva, literalmente, volando, es imposible pedirles mantenerse en el asfalto. Y cuando hace un calor extremo, como en aquella etapa, que si se disputó, en el desierto de Sonora en el Tour de California a 47º con el asfalto derritiéndose, tampoco se puede jugar con la vida de los corredores.

En el resto de circunstancias se debe competir. Nieve, llueva, haga viento o calor. ¿Todos? Por supuesto que no. Aquellos que prefieran no arriesgar, por ejemplo en un descenso mojado, perderán tiempo  con los que si lo hagan, ambos saben lo que se juegan con ello. En un día muy frío los que prefieran no competir se pueden retirar, pero que dejen competir al resto. Con ellos veremos una carrera diferente y apasionante.

Hasta este año no había una reglamentación sobre el mal tiempo y la cancelación de carreras. Básicamente si las condiciones eran malas los corredores protestaban y se iniciaba un diálogo entre equipos, jueces y organización que decidían qué hacer. Las suspensiones de carreras, a veces, eran polémicas por la falta de regulación. Los aficionados protestaban por la falta de alternativas a la suspensión y, también, por el excesivo celo a la hora de suspender algunas etapas. Estas polémicas han servido para establecer un nuevo protocolo que se ha lanzado este año y que ya se ha aplicado en 3 ocasiones. El resultado ha sido mucho peor que lo que se venía haciendo. Como viene siendo común con todo los cambios en el mundo del ciclismo.

El protocolo, en vez de ayudar a establecer unas condiciones sobre las que basarse para suspender carreras o establecer una hoja de ruta de cómo proceder a la hora de hacerlo, tan sólo ha servido para que los que son más proclives a suspender la carrera tengan un instrumento al que agarrarse y mediante el cual pasar por encima de todos los demás, el resto de corredores, organizadores, patrocinadores y, ante todo, espectadores.

Como he dicho, ya se ha aplicado en 3 ocasiones. Una por rachas fuertes de viento en la Clásica de Almeria. En principio de forma acertada, pues según parece el viento impedía a los corredores mantenerse sobre la bicicleta. De nuevo, de forma acertada, se improvisó un criterium en las calles de Almeria. Pese a no tener un gran interés deportivo, este criterium sirvió para que la carrera no se anulase este año, los corredores disputaran la carrera y los espectadores pudieran ver algo de ciclismo, aunque no por la televisión. Además, de esta forma se cumple con los patrocinadores.

Mucho peor fue en la segunda ocasión que se aplicó el protocolo, en la Paris Niza. Las temperaturas eran bastante bajas y en varias ascensiones, en una etapa bastante quebrada, los corredores se encontraron con nieve que, además, empezaba a cuajar.profil

En el kilómetro 95 de la etapa la carrera se neutralizó. Hasta ahí la decisión era aceptable y, probablemente acertada. La nieve podría convertirse en un riesgo en las bajadas y este riesgo podría ser suficiente para justificar la neutralización. Pero una vez los corredores estaban dentro de los coches y después de hacerse numerosas fotos jugando con la nieve, la carrera se anuló definitivamente. Para desgracia de los corredores que iban escapados y que, con ese tiempo, tenían bastante opciones de disputarse la etapa entre ellos y quizá la general de la carrera.

Si en lo alto de las subidas, en torno a los 700m de altitud, la situación estaba complicada, más abajo, aparte de la lluvia y el frío no había mayor impedimento. Desde algún punto del recorrido la carrera podía y debería haberse reanudado sin mayor problema. Como algunos corredores, como Geraint Thomas opinaban.

La etapa se suspendió condicionando claramente la resolución de la clasificación general y el transcurso de lo que quedaba de carrera. Con el terreno que quedaba en las siguientes etapas la carrera retiraba opciones a los escaladores.

Esta dolorosa suspensión en la Paris Niza iba a quedar rápidamente olvidada tras lo ocurrido en la Tirreno Adriático, suspendiendo la etapa reina y la única con verdadera montaña.

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Aquí no hay debate sobre si las condiciones eran o no adecuadas para competir. La organización suspendió la etapa la tarde anterior ante una predicción mala, pero no excepcional. Al día siguiente no nevó apenas y las carreteras estaban limpias. Las verdaderas causas de la suspensión están abiertas a todo tipo de casuística, especulación y teorías conspirativas. Cegados por una mentalidad corporativa y falta de amplitud de miras los corredores aplaudieron la cancelación y así lo manifestaron en twitter. Salvo unos pocos, los más perjudicados por la cancelación, como Nibali, que ofrecieron en su twitter imágenes de la ascensión al último puerto sin nieve. Entonces Nibali empezó a recibir ataques en twitter de otros corredores. ¿Por qué? ¿Por decir que no hay nieve?  Sin entrar a debatir sobre si para empezar la Tirreno Adriático no debería haber programado esta etapa y haber diseñado otro tipo de recorrido, cancelar esta etapa suponía cambiar el perfil de la carrera y el tipo de corredor que iba a ganar la misma. Quitando toda opción a los escaladores para dársela a los clasicómanos. Obviamente cambiar el recorrido de una carrera mientras se esta disputando es una cacicada y una gran putada para los escaladores que habían elegido esta carrera.

Lo que es más enervante es que este protocolo de la UCI pueda servir ahora para cancelar carreras sin tener que dar mayores explicación. Pues RCS, la empresa organizadora del Giro y la Tirreno Adriático no ha explicado los detalles que han motivado la suspensión. Al menos ninguno que resulte convincente.

Estas cosas cabrean sobremanera al aficionado fiel, que conoce en detalle los pormenores de la competición y se solivianta cuando le roban carreras y espectáculo. Pero a la larga todo esto contraviene los intereses del ciclismo, devaluándolo como producto y limitando los días de espectáculo de calidad que es lo que atrae espectadores y, a la larga, acaba pagando los salarios de todos los que trabajan en este mundillo. Todo esto lo ignoran los ciclistas, equipos y organizadores. Lo ignoran o lo minusvaloran. Pero, mientras tanto, están haciendo un daño irreparable a este deporte que, urgentemente, necesita un poco de aquel espectáculo épico que parece ya sólo cosa del ciclismo del pasado. Menos parecerse a la Formula 1 y más al Paris Dakar.

El ciclismo debe ser vendido como producto, como producto que compite con otros deportes y espectáculos que llenan las parrillas de televisión. Para ello debe entender qué es lo que tiene que ofrecer y qué es lo que atrae a sus espectadores. Dejar un día sin emisión debería ser una rara excepción debido  a unas circunstancias que realmente impidan cualquier otra opción. No ya por el día perdido, sino por lo que esto supone para el resto de la competición. En tenis o fútbol, cuando un partido se suspende, se juega más adelante. En ciclismo esto no se puede hacer. Por lo que antes de suspender hay que entender en qué medida la suspensión modifica y trastorna la competición. No puede ocurrir como en Tirreno Adriático que se cancele una etapa cambiando totalmente el perfil de la carrera sin ofrecer una causas claras e irresolubles.

Queda claro que los ciclistas están bastante concienciados y molestos con que se compita en condiciones que suponen un peligro para su integridad física. Y en todo lo que se pueda avanzar para protegerlos y aumentar la seguridad en competición tienen toda la razón del mundo en demandar garantías. Pero esta voluntad que debería unir a todos, no debe malentenderse. Muchos riesgos inherentes a la competición se conocen desde que se anuncia un recorrido. Y dicho recorrido es lógico pensar que pueda tener que hacerse con lluvia, frío o calor. Por lo que aquellos que consideren que un recorrido presenta algún elemento de peligro que les supera siempre tienen la opción de no participar. Como tienen la opción de retirarse cuando la lluvia, el viento, la nieve o el frío endurece una carrera y sólo unos pocos tienen ganas de disputar. Estos últimos tienen derecho a beneficiarse de estas circunstancias para aprovechar sus opciones.

Por contra pareciera que los corredores se informan de los recorridos día a día y protestan en el día que ha de disputarse una etapa si algo no les gusta. Como la suspensión del descenso del Crostis en el Giro por considerarse demasiado peligrosa. La protesta debió hacerse con meses de antelación, cuando se anunció el recorrido y dando opciones a modificarlo. Sin embargo se hizo tarde y mal, cabreando una vez más al espectador que, con  espectación, esperaba esa etapa.

El mero hecho de acabar una carrera, más si hablamos de una vuelta de 3 semanas, solía ser un éxito deportivo. El ciclismo, como una prueba de fondo, el sólo llegar a la meta supone un triunfo. O así debería ser. Pero, desde hace años se ha reducido la dureza de los recorridos, reducido la longitud de las etapas y aumentado la flexibilidad del fuera de control. Con lo que el número de corredores que acaba las competiciones es mayor y acaban más frescos, aumentando el control de los equipos en las últimas etapas y reduciendo el espectáculo.

Alguien en el mundo del ciclismo debería tomar la impopular decisión (dentro del mundillo) de endurecer la competición en aras de propiciar carreras más interesantes y un espectáculo más atractivo que sea capaz de vender el ciclismo como producto a más espectadores. No sólo se trata de competir con mal tiempo, en etapas más largas y con más puertos de montaña. Se trata de reducir el número de corredores por equipo, reducir los márgenes del fuera de control para que, según avanzan las carreras, los equipos pierdan gregarios o éstos estén más cansados. Se trata de aumentar los kilómetros de contrarreloj y pavé para que los escaladores que hayan perdido tiempo tengan que atacar desde más lejos en la montaña. En definitiva buscar situaciones de carrera que favorezcan la vistosidad de la competición durante un mayor número de kilómetros.

Desafortunadamente la tendencia actual dentro del diseño de recorridos es justo la opuesta. Donde el modelo preferente es la etapa corta e intrascendente hasta un final duro donde se puedan ver unos pocos minutos de acción.

El ciclismo se muere y a quienes más debería importar parece darles igual.

 

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